La desinversión es mucho más que vender activos para alcanzar liquidez inmediata; es una decisión clave de dirección y enfoque.
La desinversión consiste en desprenderse de activos, unidades de negocio o participaciones como parte de una estrategia financiera o corporativa. No se trata solo de vender, sino de reconfigurar la cartera de negocios para optimizar recursos y concentrarse en las competencias clave.
Existen dos grandes vertientes:
Desinversión estratégica (corporativa): venta o cierre de unidades no esenciales para liberar capital, mejorar la rentabilidad y reforzar el gestión de portafolio corporativo. Se enmarca en la toma de decisiones sobre en qué negocios participar y cuáles abandonar.
Desinversión financiera (mercado de capitales): reducción de posiciones en acciones, bonos o fondos para mejorar la relación rentabilidad-riesgo de la cartera y alinear la exposición con los objetivos de los inversores o empresas.
En un entorno globalizado y cambiante, las compañías deben ajustar continuamente su cartera. Según PwC, el 89 % de las empresas que desinvertieron considera que podrían haber capturado más valor con una estrategia de largo plazo, en lugar de decisiones puntuales.
Identificar el momento adecuado para desinvertir es crucial. Existen señales estratégicas, financieras y de mercado que deberían activar la alerta.
Desde el punto de vista económico y financiero, hay tres disparadores principales:
También pueden influir factores comerciales y de marketing, como el lanzamiento de nuevos productos que requieran espacio en la cartera, o la existencia de canibalismo interno entre productos similares. Asimismo, presiones regulatorias y procesos de fusiones y adquisiciones suelen obligar a simplificar y alinear carteras.
No obstante, conviene reconocer situaciones en las que quizá sea mejor retrasar la venta, como el temor a un efecto halo negativo en otras líneas de negocio o motivos sentimentales ligados a productos históricos.
El método de desinversión elegido debe ajustarse al perfil del activo y a los objetivos de la compañía. A continuación, una comparativa de las principales opciones:
En el ámbito de marketing de productos, la desinversión suele manifestarse como retirada del mercado. Existen dos estrategias:
Retirada rápida: interrupción inmediata de producción, marketing y distribución.
Retirada gradual: mantener niveles reducidos de stock y promoción para maximizar rentabilidad hasta el cese.
Para lograr resultados óptimos, el proceso de desinversión debe estar sustentado en principios sólidos:
Planificación a largo plazo: diseñar la salida desde el inicio, evitando decisiones reactivas.
Due diligence exhaustiva y detallada: conocer a fondo el activo, sus pasivos ocultos y su potencial de mercado.
Ejecución con disciplina rigurosa: respetar tiempos, criterios de precio y condiciones de venta acordadas.
Gestión de transiciones operativas: asegurar el traspaso de personal, sistemas y contratos minimizando la disrupción.
Comunicación efectiva y transparente: mantener informados a inversores, empleados y stakeholders para preservar la confianza.
Reinversión inteligente: destinar los recursos generados a proyectos alineados con la visión de crecimiento y las competencias clave.
Con estos elementos, la desinversión se convierte en una palanca de valor, permitiendo a las empresas reforzar su enfoque estratégico, mantener la solidez financiera y posicionarse con ventaja en mercados dinámicos.
En definitiva, saber cuándo vender y cómo ganar exige rigor, visión y una ejecución impecable. La combinación de análisis, planificación y disciplina transformará cada desinversión en una oportunidad de crecimiento sostenible.
Referencias